Bello es un concepto fundamental de la estética que se aplica al juicio de apreciación sobre objetos o seres.
En su crítica al racionalismo y al empirismo, el filósofo alemán Inmanuel Kant (1724-1804) reconoce la experiencia como suministradora de la materia del conocimiento y nuestro espíritu, gracias a las estructuras a priori, como suministradoras de la forma que da orden al universo. De ahí resulta un programa de investigación innovador donde, en el centro de la filosofía del conocimiento deben ser puestas las formas a priori de la mente, universales y necesarias. Con Kant el conocimiento deja de ser pensado como un proceso de contemplación, una teoría y pasa a ser pensado como una actividad, una acción.
Es en su Crítica de la Razón Pura donde corresponde a las expectativas relativas al conocer. Esta obra abarca los objetos de la naturaleza, que como tal, pueden ser conocidos. Sin embargo, Kant percibe que existen formas que no sirven al conocimiento o para ser utilizadas como mecanismo de comportamiento (estas últimas están representadas en su Crítica de la Razón Práctica y en la Metafísica de las costumbres y tratan de la moral), pero son formas bellas que suscitan en el hombre su capacidad de pensar y no de conocer. Es en esos términos que Kant realiza la distinción entre el juicio de conocimiento científico (juicio determinante) y el juicio de gusto (juicio reflexivo) o en otras palabras, la diferencia entre conocer y pensar.
El juicio de gusto se opone al primero, lo que afirma el racionalismo clásico, porque no se funda en conceptos (reglas) determinados, y tampoco se limita a la pura subjetividad empírica del sentimiento. Él siempre se apoya en la presencia de un objeto que, si fuera bello, despierta una idea necesaria de la razón que, como tal, es común a la humanidad. Así, es por referencia a esa idea indeterminada (ella comanda apenas la reconciliación de lo sensible y de lo inteligible, sin decir precisamente en qué puede consistir esa reconciliación) que es posible “discutir” el gusto y ampliar la esfera de la subjetividad pura para considerar una división no dogmática de la experiencia estética con el otro, puesto que éste es otro ser humano.
También sobre el juicio de gusto debemos considerar dos tipos de asociación que conciernen a las representaciones en el sujeto: las puramente empíricas, que cuentan apenas con una significación subjetiva y las objetivas, que supone la intervención de un concepto, es decir, de una regla de síntesis al mismo tiempo determinada y determinante. El juicio de gusto debe, a su vez, ser descrito en relación a esos dos tipos de asociación, la empírica subjetiva y la conceptual objetiva. Éste forma parte de ambas, sin, no obstante, confundirse con ellas.
Según su análisis desarrollado en la tercera crítica, la sensación de la belleza y el placer estético que acompaña nacen de una libre asociación de la imaginación: por ocasión de la percepción de un objeto bello, la imaginación asocia imágenes sin que su vínculo sea regulado por un concepto. Ese juego, aunque sea plenamente libre por no obedecer a ninguna regla, todo pasa como si siguiese cierta lógica, como si existiese, según la propia expresión de Kant, una legalidad de lo contingente, una legalidad sin concepto.
El juego de la imaginación, aunque permanezca puramente en el orden de la sensibilidad y no recurra a ningún concepto para regular su organización, se estructura, a pesar de todo, como si pudiese satisfacer espontáneamente las exigencias de reglas. Siendo así, en el juicio de lo Bello, hay una armonía libre y contingente entre la imaginación y el entendimiento, armonía esa totalmente imprevisible e incontrolable. Es así, por lo tanto, que el juicio de gusto es proveniente de la armonía entre la facultad de la imaginación y la facultad del entendimiento.