Apolíneo, Friedrich Nietzsche
Apolíneo es una expresión que se refiere al dios Apolo como una fuerza creadora. En Shelling, apolíneo y dionisíaco aparecen ya como una referencia a Apolo y a Dionisio y representan forma y orden (apolíneo) e impulso (dionisíaco). En Hegel, apolíneo y dionisíaco complementan la idea de verdad, pero fue con Friedich Nietzsche que esa expresión fue popularizada.
Según su tesis, las dos divinidades griegas, Apolo y Dionisio definen los dos lados complementarios del mundo, del arte y del ser humano. En la creación tenemos a un lado a Apolo, dios del sueño, aquél que hizo surgir el mundo del caos originario. Como principio ordenador, domó las fuerzas ciegas de la naturaleza sometiéndolas a una regla. Él es un símbolo de toda apariencia, de toda energía plástica que se expresa en formas individuales – está en él el principio de individuación que permite, además de la forma, generar en las cosas contornos límite, dando el sentido individual. Él también impone al deber una ley, una medida, dando a todo una cadencia propia. El mundo del arte apolíneo sería responsable por la imaginación figurativa, productora de artes, de las imágenes como la escultura, la pintura y parte de la poesía.
En el hombre, ellos son dos impulsos antagónicos que generan dos facultades fundamentales. Por tanto, en el comportamiento humano sirven de parámetros valorativos acerca del modo de la acción humana y sus consecuentes creaciones en el ámbito de la vida social. El impulso dionisíaco, negador de cualquier límite, conduce a la exaltación y lo apolíneo, basado en criterios de armonía y perfección formal. Dentro de la valoración de los dos principios, Nietzsche contrapone el espíritu dionisíaco – el espíritu de la vida a la apolínea y mortífera razón. Esta última nace de la fuga ante la imprevisibilidad de los eventos de la existencia real y procura cristalizar con leyes, reglas e interpretaciones variadas tales eventos.
Para Nietzsche, Dionisio y Apolo son respectivamente símbolos de vida y de muerte, fuerza vital y racionalidad, salud y enfermedad, instinto e intelecto, oscuridad y luz, devenir e inmovilidad, embriaguez y sueño. Naturalmente desmedido, el impulso dionisíaco se encuadró en la forma de expresión del apolíneo; éste, a su vez, adquirió la movilidad dionisíaca, puesto que su rigidez podría conducir también la vida al completo declive. En nosotros, tales principios sobreviven – por un lado, hay apariencia, la plenitud sexual, la astucia, la capacidad de ser y hacer, de volverse importante y de ser libre. Y de otro hay pura razón, la conformación, la lucidez, la sobriedad, el respeto al orden público. Aspectos que se mezclan y que, según Nietzsche, dan sustrato para que vivamos.