Descartes (1596-1650) parte de una evidencia: la de la confusión intelectual instalada en su época, en que el escepticismo abala la confianza en las capacidades de la razón humana y en la posibilidad de conocer. Hecha esta constatación, Descartes se propone utilizar la estrategia de los escépticos: colocará en práctica la duda, no con la intención destructiva de quien cuestiona sin una finalidad definida, sino teniendo en cuenta la adquisición de una certeza inquebrantable, fundamento sólido para la edificación del conocimiento.
La duda será, entonces, el medio que Descartes utiliza para conseguir una evidencia clara y distinta. A ella todo se deberá someter en una sucesión de etapas que culminarán en el cogito, verdad primera que ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos conseguirán abalar, en las palabras del filósofo.
La duda metódica prosigue, tal como se indica, por etapas. En primer lugar se cuestionan las evidencias de los sentidos. Teniendo en cuenta que éstos nos engañan algunas veces, se concluye que no podrán servir de fundamento sólido al edificio del conocimiento.
Posteriormente se interroga la realidad: cuando soñamos, suponemos que el sueño es realidad. Cuando nos despertamos constatamos que aquello que teníamos por real, en realidad es ilusión. Entonces, ¿quién nos garantiza que no estamos ante un escenario semejante en la vida diaria?
Esta idea de la realidad como sueño hará escuela, desde la literatura al cine, y la reflexión cartesiana será retomada en el siglo XX con la hipótesis del “cerebro en un cubeta”, el cual tendrá representación cinematográfica en el cine de 1995, Matrix.
Finalmente, en un tercer momento, Descartes coloca la hipótesis de un genio maligno que se divierte haciéndonos creer que todo es real cuando, en efecto, lo que tomamos como existente no pasa de ficción creada por ese autor demoníaco. Ante tal escenario, ¿existirá algo en relación a lo cual podamos tener certeza? La respuesta es afirmativa. Cuando pienso en el genio, afirma Descartes, cuando pienso en la posibilidad de ser engañado, soy yo quien pienso. No el genio quien piensa por mí o me induce el pensamiento. Siendo así, puedo estar equivocado acerca de todo, excepción hecha a esta evidencia. El cogito es la certeza inicial que resistirá a la corrosión de la duda. De aquí a la afirmación del sujeto pensante hay un paso. Cogito, ergo sum. Pienso, luego existo. La duda metódica nos llevó a buen puerto. El edificio del conocimiento puede ahora comenzar a ser construido sobre bases verdaderamente sólidas.