Resumen del problema filosófico de la apariencia.
Es un lugar común decir que las cosas no siempre son lo que parecen. Es sabido que un mismo objeto puede representar cosas diferentes para dos sujetos. Para los filósofos, la distinción entre apariencia y realidad está sólidamente firme en la experiencia y en el discurso cotidiano. Así, no es sorprendente que desde el surgimiento de la filosofía, este binomio haya servido para estructurar debates sobre lo que hay por conocer, y si es posible conocer.
Cuando Sócrates criticó el relativismo sofista, lo hizo con la intención de criticar el rechazo de éstos en aceptar que existe un desfase entre la proposición “x parece ser F” y la proposición “x es F”. Sin embargo Descartes, entre gran parte de los pensadores de la era moderna, se empeñó en combatir los desafíos impuestos por el escepticismo, como la imposibilidad de la experiencia explanar la realidad.
Inspirada por este debate, una corriente empirista concluye que lo que aparece frente a una mente funcional es, y debe ser, el real; y ese real debe ser lo que aparece en ese determinado momento. Encontrado en el idealismo de Berkeley y Hegel, esta maniobra encierra el dilema iniciado con los sofistas. Pero, si los sofistas insistían que lo que parece debe ser real, los idealistas argumentaron que apenas lo que es real puede aparecer. Para ambos, lo real consiste en lo que la apariencia parece ser.
Tanto en el discurso cotidiano como en el discurso filosófico, la distinción entre apariencia y realidad tiene que ser vista como general. Mientras que las ilustraciones más obvias envuelven las percepciones de los sentidos, naturalmente que prácticamente todas las dimensiones de la experiencia y del pensamiento son afectadas. Sin embargo, es un error identificar esta distinción con la rigidez de correlatos metafísicos, es decir, lo real con lo material, y la apariencia con lo mental. Entonces, ¿qué reside en el corazón de esta distinción y cuál es su interés filosófico?
La perenne preocupación escéptica sobre la posibilidad de las apariencias que informan si existen más cosas además de la apariencia, y si sí, cómo son, es una posición epistemológica diferente del realismo, es decir, la idea que expresa que las cosas tienen una naturaleza cognoscible. Así, el propio escepticismo implica también un componente metafísico, es decir, la creencia sobre la imposibilidad de conocer la realidad. En este caso, la noción de evidencia puede ayudar.
Una apariencia es siempre una apariencia para determinado sujeto. Pero el concepto de evidencia envuelve el pensamiento de algo para lo cual la evidencia es la evidencia: así pensada, la apariencia es la apariencia de algo. Incluso Kant, que insistió en la realidad empírica que denominó como “apariencia”, trató estas apariencias como representantes de una realidad transcendental (no entraremos en los problemas suscitados por el idealismo kantiano). Es una verdad conceptual que incluso la mejor evidencia posee un cierto grado de incerteza. Del mismo modo, el propio concepto de apariencia requiere que sea distinto de aquello que es apariencia. Es por eso que el intento idealista de identificar la realidad con la apariencia es un error, pues envuelve una concepción no epistémica de las apariencias y al hacerlo pierde contacto con el punto de la distinción cotidiana entre apariencia y realidad, de la cual nace la indagación filosófica. Lo que vuelve a la distinción importante a la par que escurridiza, es el hecho de transponer la división entre la epistemología y la metafísica.
References:
Rosenberg, Alex (2012), Philosophy of Science: A Contemporary Introduction, London, Routledge.