Anselmo de Canterbury

Introducción al pensamiento de Anselmo de Canterbury

Anselmo de Carterbury (1033-2209) fue un filósofo y Arzobispo de Canterbury que nació en Italia. Tal como San Agustín previamente, Anselmo fue en el dominio de la metafísica un platonista cristiano.

En su obra Monologio subyace el argumento cosmológico para existencia plena de todos los bienes, constituyendo estos bienes el Bien en Sí, que es el supremo bien y que es idéntico al que Existe en Sí, que es el Ser Supremo. Solamente en el libro Proslogio es donde será conocida la famosa prueba ontológica: la idea de un Ser Supremo, cuya grandeza no puede ser excedida, existe en el entendimiento humano; pero si existiera meramente en el intelecto humano, podría existir en realidad un ser aún más supremo; luego ese Ser Supremo existe necesariamente.

Dios es esencialmente vivo, sabio, poderoso, verdadero, justo, bendecido, inmaterial, inmutable y eterno; hasta el paradigma de los bienes sensoriales (belleza, armonía, dulzura y placer) caracteriza este Ser. Al mismo tiempo, Dios representa el ímpetu primordial de todas las naturalezas creadas en el mundo y estas naturalezas, según su grado de perfección, coartan o no la realidad divina, y su estructura es teleológica porque es estipulada por Dios. Anselmo deduce entonces que estas “naturalezas” deben alabar a Dios al completar el destino diseñado por Dios, puesto que deben su ser y bienestar a Dios.

Encontramos en este teólogo una teoría distinta de la acción cuyo raciocinio se sustenta en la siguiente idea: si el telos de una criatura racional es la intimidad beatífica e ilimitada con Dios, la razón de esa misma criatura debe llevarla a promover por todos los medios posibles ese fin. Por consiguiente, el libre albedrío promueve un fin y el pecado es un desvío de ese fin: tal no justifica que el libre albedrío representa el poder de elegir actos opuestos, pero sí sirve para preservar la justicia y continua búsqueda del bien. Considerada esta teoría, la acción sólo es punible si es espontánea, porque la acción primera sólo puede derivar de Dios. Para que las criaturas persistan en ser justas, Dios las dotó con dos motivaciones instintivas dirigidas a la práctica del bien: la affectio commodi, o la tendencia a actuar en consideración por el beneficio que tal acción representará para el agente; affectio justitiae, la tendencia a desear las cosas por su valor intrínseco. Cabe al agente aceptar o no.

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References:

  • Kenny, Anthony (2005), Medieval Philosophy, Oxford, Clarendon Press: V. II
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