De acuerdo con la regla del gasto racional (o principio de igualdad de las utilidades marginales), el gasto de un consumidor debe ser repartido por los diferentes bienes y servicios considerando que la utilidad marginal por unidad monetaria gastada debe ser igual para cada bien o servicio.
Los economistas actuales consideran válida la noción de utilidad ordinal por oposición a la de utilidad cardinal. No es posible fijar una medida cuantitativa del nivel de satisfacción de un individuo. De una u otra forma, siendo perfectamente válido afirmar con seguridad que un bien (A) es preferible a otro bien (B), no es posible cuantificar esa preferencia.
Por ejemplo, la utilidad marginal esperada con el consumo del último yogur adquirido diferirá, lógicamente, de la utilidad marginal obtenida con el último abrigo deportivo comprado, apenas porque una unidad de abrigo deportivo es más cara que una unidad de yogur. Sin embargo, es posible considerar la siguiente lógica: si una unidad de abrigo deportivo cuesta cien veces más que una unidad de yogur, los abrigos deportivos deben ser comprados mientras su utilidad marginal registrada sea, por lo menos, cien veces superior a la registrada con la compra de yogures.
De esta forma, para que se verifique la maximización de la utilidad, un consumidor con un determinado rendimiento, conociendo los precios de mercado de los bienes deseados, alcanzará la máxima satisfacción cuando la utilidad marginal de la última unidad monetaria (euro, dólar, etc.) gastada en cada bien sea rigurosamente igual a la utilidad marginal de la última unidad monetaria gastada en cualquier otro bien.
Esta condición determinante para el equilibrio del consumidor puede ser expresado con recurso a las utilidades marginales (UMe) y a los precios (Pe) de los diferentes bienes, a través de la siguiente ecuación simple:
Nota: La satisfacción de esta ecuación no implica “utilidad cardinal” o cuantificable, pues una medida ordinal puede ser alterada a medida que es mantenida la misma relación de mayor que o menor que.
La regla del gasto racional es extraordinariamente relevante cuando se analizan los factores (precio, nominal, cultura, tiempo, entre otros) que condicionan la distribución monetaria del gasto que los consumidores están dispuestos a realizar en los diversos bienes y servicios.
La aplicación de la regla del gasto racional realza la importancia del rendimiento y de la sustitución en el análisis y comprensión de las disparidades en los patrones de consumo, especialmente, entre individuos, sociedades y momentos temporales distintos.
La regla del gasto racional también destaca que los precios y los rendimientos reales (por oposición a los nominales) asumen condición de decisivos en las opciones de los consumidores. Por ejemplo, la demanda del bien o servicio A disminuirá cuando el precio real del bien o servicio B (sucedáneo o sustituto de A) disminuya o cuando el precio real de C (bien o servicio complementario de A) sufra un aumento.
Sin embargo, estos patrones comportamentales de demanda de bienes o servicios pueden divergir entre grupos sociales con idénticos niveles de rendimientos reales si la afectación de los recursos monetarios por los diferentes bienes y servicios, en el interior de cada uno de los grupos, fuera influenciada por determinantes geográficos y socioculturales diferenciados.