Concepto de Agresividad
Todos nos sentimos enfadados de vez en cuando, siendo una respuesta lateral a la amenaza, al ataque o a la frustración. Sentirse enfadado y con rabia es común y permite seguir adelante. No obstante, la rabia muchas veces puede volverse aterradora, sobre todo cuando nos deja tensos y cuando no conseguimos lidiar con ella de modo constructivo, siendo ahí donde reside el problema. El corazón late más rápido, la respiración se vuelve más jadeante, el pensamiento no se concretiza de modo eficaz pudiendo llevar a actos de violencia como gritar, insultar, pegar a alguien, romper objetos o, en otros casos más extremos, autoagresión, es decir, la persona dirige la rabia para sí misma y se lastima o hiere intencionalmente. Así, la persona acaba por reaccionar de forma inadecuada llegando, más tarde, al arrepentimiento. Frente a esto, el problema no es estar enfadados, el problema es la forma como lidiamos con el enfado. Cuando explotamos y no conseguimos controlar la expresión de rabia y controlar los resultados negativos que de ahí emanan, entonces podremos estar ante un problema de salud mental, es decir, un problema en el control de los impulsos y de la agresividad. Esta falta de control podrá llevar a la ansiedad, depresión, a dificultades para dormir o mantener el sueño reparador, a problemas alimenticios, a comportamientos compulsivos, a problemas de adicción (consumo excesivo de alcohol o incluso drogas) y hasta enfermedades físicas. Pero, sobre todo, la agresividad y hostilidad lleva a problemas relacionales, quedando la relación con el otro comprometida, perpetuando también más problemas. La dificultad en controlar los impulsos y la rabia o agresividad puede y debe ser tratada. Son varias las terapias que pueden ser usadas en Psicología para minimizar los efectos negativos que esta problemática acarrea consigo, siendo importante tratar desde el principio de modo a que no comprometa las relaciones interpersonales y el funcionamiento emocional del individuo.